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En Hacia la paz perpetua (1795) Kant hace suyos los ideales republicanos de la Revolución francesa, cuya célebre tríada de libertad, igualdad e independencia o autonomía personal cobran una triple dimensión jurídica, política y moral como derechos de la humanidad. Al firmarse la Paz de Basilea en 1795, Kant decide parodiar el alambicado formato que se despliega en los tratados de paz, añadiendo en la segunda edición un curioso protocolo secreto donde se pide no hacer callar a los filósofos, dado que la publicidad se presenta como una piedra de toque para compulsar las normas injustas. También se aboga por una nobleza del funcionariado a la cual se debe acceder por méritos propios y no por abolengo, al entender que un cargo no confiere ninguna dignidad especial a quien lo asume temporalmente y bien al contrario le confiere una enorme responsabilidad para con sus conciudadanos, lo que testimonia su desprecio hacia la nobleza hereditaria del Antiguo Régimen. Finalmente asistimos a un sugestivo duelo simbólico entre dos deidades romanas, Término y Júpiter, para ilustrar la decisiva distinción kantiana entre «po