A menudo, los medios de comunicación o los estudios académicos nos presentan una imagen muy negativa de la juventud africana. En nuestro contexto lejano, nos imaginamos siempre a estos jóvenes como víctimas de conflictos, de enfermedades o de la crisis económica, demasiado alborotadores o excesivamente pasivos, presa fácil para la manipulación o el reclutamiento por parte de mafias, milicias o grupos violentos. Poco o nada sabemos de ellos, en realidad. Por supuesto que la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades hacen mella en los jóvenes africanos. Sufren carencias y en muchos casos se encuentran en situaciones extremadamente duras. Los hay que se dejan vencer por las dificultades o el desencanto, pero muchos otros plantan cara al día a día con entusiasmo, implicación y alegría.