Lyon, Vienne, Tournon, Aviñón, Les Baux, Nimes, Arles, Tarascón, Beaucaire y Marsella son las ciudades blancas de Joseph Roth. El libro es la crónica de la realización de un sueño largamente acariciado, «a los treinta años ?escribe el autor? pude ver por fin las ciudades blancas con las que soñara de niño». Pero es también mucho más que eso. Tratándose de Roth, Las ciudades blancas es un texto extrañamente optimista. Aunque la experiencia de la Gran Guerra extiende un velo de melancolía y desencanto sobre estas páginas, en ellas se nos ofrece una visión utópica del futuro de Europa. Viajando hacia atrás en el tiempo, remontándose a los días de esplendor de estas ciudades, Roth encontró la inspiración para imaginar una convivencia integradora y pacífica entre los pueblos, las creencias y las personas.
AUTOR/A
ROTH, JOSEPH
Joseph Roth, novelista y periodista, nació en Galitzia (actualmente Ucrania) en 1894, en el seno de una familia judía.<BR><BR>Ha sido descrito como un hombre para el que la historia era como una pesadilla; su vida no estuvo lejos de serlo también.<BR><BR>No llegó a conocer a su padre que, en un arrebato de locura, abandonó el hogar al poco tiempo de casarse. Se crió en Viena donde presenció el derrumbamiento del imperio austro-húngaro cuyo restablecimiento más tarde anhelaría: "La experiencia más dura que he vivido fue la Primera Guerra Mundial y la destrucción de mi patria, la única que he tenido..."<BR><BR>En 1920 se instaló en Berlín donde se convertiría en el corresponsal de mayor prestigio de la prensa alemana -y en uno de los mejor remunerados de su generación-, y donde simultanearía el periodismo con la narrativa (Job, una de sus primeras obras, fue la novela favorita de Marlene Dietrich).<BR><BR>En 1933, con la llegada del Tercer Reich, que le relegaría a la categoría de Untermensch, escribió: "Permítanme expresarlo alto y claro. El espíritu europeo está capitulando. Está capitulando porque es débil... porque carece de imaginación... mientras, el humo de las hogueras en las que arden nuestros libros alcanza el cielo..." Su mujer, Friederike, ingresó en un manicomio. Los nazis le facilitaron una muerte sin dolor. Finalmente, Joseph se exilió en París donde el alcohol le ayudaría a reconciliar su nostalgia de aquella vida shtetl de sus primeros años, con su fe en un recién descubierto catolicismo y su apoyo al restablecimiento de la monarquía austriaca. El santo bebedor murió en 1939.