Para envío
Mi exorcismo se debilitiba en las mañanas al releer los diarios de Madrid en busca de noticias de Argentina, pero aunque me costaba admitirlo, Buenos Aires estaba cada día un poco más lejos. Me obsesionó lentamente esa otra vida, la de Fritz Mandl, una vida más interesante que la mía. Ya no me bastaba con recordar la época en que nos conocimos. En Madrid recorrí librerías de viejo y bibliotecas, busqué fotografías, imaginé argumentos, escenas y finales. Con el tiempo, el resultado de esas búsquedas creció más allá de mi voluntad y tomó la forma de un montón de carpetas con apuntes que se apilabanen mi escritorio. Empecé a oír voces. Eran las voces de una constelación de personas que habían frecuentado a Mandl en algún momento: el diseñador francés Jean Michel Frank, el cineasta Orson Welles, la actriz Hedy Lamarr y el industrial Fritz Thyssen. También eran las voces de dos militares argentinos, Juan Domingo Perón y Manuel Savio. ¿Y cómo olvidar las voces del príncipe austríaco Ernst Rüdiger Starhemberg y su esposa, l actriz Nora Gregor? Todos ellos eran parte de la constelación Mandl y de las ilusiones y desencantos que él provocaba aún sin proponérselo. En cuanto a mí, desarraigado en Madrid, me empeñé en contar una historia que se fue revelando, página tras página.