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Mahmoud es como todos los prisioneros: como no puede viajar al exterior de los muros que le aprisionan, vagabundea por su propio interior. Ebrio de sueños y de ideas, utiliza cada rincón de su corazón y de su alma para hacer errar a su memoria. Durante horas, habla consigo mismo, contándose una y otra vez la historia que ha hecho de él lo que es ahora: un refugiado palestino, recluido tras un muro de hormigón alambrado, a la sombra de los puestos de vigilancia. A veces, los prisioneros reciben visitas. Mahmoud se muestra especialmente sensible a las de las hermosas extranjeras, pero también abre la puerta a algún visitante masculino, como el joven francés que dibuja y sabe mirar y escuchar. Mahmoud también dibuja: con sus lápices, atrapa instantáneas de una libertad inaccesible. Tienen otras cosas en común, además del dibujo: les gusta charlar hasta quedarse sin aliento y recrear el mundo con palabras.
Como muchos otros libros bellos, Saltar el muro nace de un bello encuentro. Maximilien Le Roy y Mahmoud Abu Srour tenían sólo 22 años cuando se conocieron y se reconocieron. No son mucho mayores ahora, y eso es lo que más sorprende, la juventud del autor y de su personaje, y el evidente mimetismo entre ellos. Porque, ¿es realmente Maximilien Le Roy el autor de este libro? Casi cabe la duda, por la generosidad de las palabras que dedica a su amigo. El talento del uno queda al servicio del relato del otro. Y si todo suena tan fácil es porque es así de sencillo imaginárselos a los dos, terminando uno la frase del otro, retocando el bosquejo, precisando el trazo.
Los dos ?M?, Maximilien y Mahmoud, juntos, derriban simbólicamente no sólo el muro en Palestina, sino todos los muros que aprisionan a los hombres y los separan unos de otros.