Han tenido que ocurrir muchas cosas para que, al fin, volvamos la mirada hacia África. La llegada a nuestras costas de miles de ciudadanos de diversos países de aquel continente, en condiciones dramáticas, nos ha obligado a hacerlo. La muerte en el mar de centenares de jóvenes, adolescentes y niños ?nunca sabremos cuántos quedaron sepultados bajo las aguas, menos aún cuántos perdieron la vida cruzando el desierto, hacinados en las furgonetas que los trasladan desde países lejanos hasta las costas de Senegal, Mauritania o el Sáhara, o en la espera interminable frente a las vallas de Ceuta y Melilla y en los barracones de El Aiún? nos ha obligado a mirar a la otra orilla del océano, a romper la costumbre, labrada a lo largo de los siglos, de darle la espalda.