Hay un bosque del paseante, del fugitivo, del indígena, un bosque del cazador, del guardamonte o del cazador furtivo, un bosque de los enamorados, de los ornitólogos, está también el bosque de los animales o el de los árboles, el bosque de día o de noche. Son mil bosques en uno solo, mil verdades de un mismo misterio que se escabulle y que solo se entrega fragmentariamente. Del mismo modo, existe un paisaje, un sonido, un sabor, un perfume, un contacto, una caricia para desplegar la sensación de la presencia y avivar la conciencia de si mismo. David Le Breton explora los sentidos, todos nuestros sentidos, como pensamiento del mundo. Nos muestra que el individuo sólo cobra conciencia de sí mismo a través de los sentidos, que experimenta su propia existencia mediante resonancias sensoriales y perceptivas. Nos recuerda que la condición humana, antes de ser espiritual, es completamente corporal.