Para envío
El seis de mayo de 2016 noté algo extraño cuando salía de casa. Mi guardaespaldas, mi compañero inseparable durante una temporada, no estaba en el coche que venía a recogerme. Oficialmente, le había contratado por el aumento de amenazas que recibía. Pero por alguna razón, esa mañana se había quedado dormido.
Y se trataba de un día importante. El tribunal anunciaba su decisión sobre el caso en el que nos enfrentábamos a dos cadenas perpetuas. Le llamé y le dije que viniera a los juzgados. Así lo hizo.
Entramos en la sala, en silencio por la prohibición de la entrada de público. Hicimos nuestras declaraciones finales, reiterando que juzgar un artículo periodístico, cuya veracidad y valor para los lectores habían sido probados, suponía un ataque evidente a la libertad de expresión y un atropello a la justicia.
[fragmento del prólogo del libro]