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Mi madre siempre lloraba por las noches. Lloraba siempre. Lloraba a escondidas de todo el mundo. Lloraba con los patos, las gallinas y viviendas a punto de derrumbarse. Nunca lloraba con los gallos y las cabras.
Las niñas ayudábamos a mi madre a llorar hasta morir. Los niños también. Luego crecieron los niños y cuando volvía a llorar, se reían de ella sentados en la Casa de la Palabra.
Mi madre lloraba cuando las normas de la tribu podían ser violentadas. Lloraba al anochecer. Lloraba en las madrugadas. Lloraba en la finca. Lloraba en la cocina en ausencia de padre. En las calles se callaba. Lloraba en el bosque fang.
Lloraba triste.
Obono se rebela, grita en estos relatos. Declara la guerra a una sociedad patriarcal, la sociedad fang. En esta cultura, la Casa de la Palabra, el Abáa, es un espacio reservado para los hombres y no permitido a las mujeres hasta que dejan de menstruar.
Isabela de Aranzadi
¿Debíamos criticar nuestra tierra fuera de ella y delante de gente que no es de ahí? Tras reflexionar creo que es lícito hacerlo y hasta necesario. Hay mensajes que deben oírse, aunque nos suenen fatal, si eso sirve para iniciar cambios desde dentro con los y las de dentro, por supuesto.
Lucía Mbomío