“Hay que sumar la fuerza de los migrantes al movimiento feminista para ganar esta batalla”

Sandro Mezzadra (Savona, 1963) es un agudo analista de los modelos migratorios de este siglo y, desde hace tiempo, se ha convertido en uno de los más acerados críticos de la derecha internacional, la cual define como “brutal y violenta”. Las ampollas que revientan sus columnas y artículos en Il Manifesto y The Guardian hacen especial daño porque las acompaña de acciones concretas que, a veces, resultan difíciles de digerir incluso para quienes comparten su ideario. La última, fletar un barco de rescate de migrantes en el mar Mediterráneo, algo que hasta agosto sólo hacían las ONGs. Pero la situación de miles de migrantes “en la costa norte de África o los que atraviesan México en caravanas de personas autoorganizadas como los movimientos sociales” también le sirve de destornillador para desmontar a los gobiernos que han desempolvado la bandera del nacionalismo exacerbado. Y no pierde la esperanza de un cambio “a mejor” en el mundo. Doctor en Historia Política por la Universidad de Turín y profesor de Estudios Poscoloniales en la Universidad de Bolonia, es autor de influyentes libros, como Derecho de fuga. Migraciones, ciudadanía y globalización, y de artículos como Vivir en transición. Hacia una teoría heterolingüe de la multitud. Mezzadra se encuentra de visita en España para presentar un nuevo ensayo: La frontera como método (Edit. Traficantes de Sueños) donde aboga por construir una nueva política “antirracista y feminista en su composición” con la vista puesta en un horizonte internacionalista para el resto del siglo XXI.

La salida a la crisis del capitalismo es restringir la inmigración y sellar las fronteras. ¿Hacia dónde nos dirigimos?  

Creo acertado comenzar hablando de la crisis porque no es una crisis genérica sino algo más grave, que empezó en 2007 en EEUU y que, aunque parezca superada en algunos países, no lo está porque el neoliberalismo es incapaz de seguir produciendo en los mismos parámetros que lo hacía hace una década. Me parece que esa es la herencia que nos ha dejado la gran recesión. La consecuencia es que hoy vivimos en una coyuntura global marcada por el surgimiento de nacionalismos muy agresivos que intentan llenar el vacío de legitimidad dejado por el neoliberalismo. Creo importante analizar con esa lupa las restricciones en las políticas migratorias impuestas a nivel global con diferentes formas de gobierno. Es decir, nos enfrentamos a un escenario mundial que combina, con variables, un neoliberalismo feroz y un nacionalismo agresivo. El resultado es el giro autoritario que ha tomado el neoliberalismo.

Neoliberalismo y nacionalismo, ¿no es la contradicción que precede al harakiri?

Los mensajes como el de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y  cosas similares son cada vez más difíciles de defender. Nuestras sociedades han sido empobrecidas por la dinámica de la crisis y la austeridad y ahora intentan reconstruir una hegemonía alrededor de la idea de la fortaleza que debemos proteger. Por eso digo que quienes no aceptamos esta visión tenemos la obligación de deconstruir su relato. Es una de las tareas más importantes que tenemos por delante.

¿Por dónde empezar? ¿Quizá por los derechos humanos?

La tendencia global es minar los derechos humanos en aras de la seguridad nacional de los países. Están siendo atacados desde el centro mismo de un sistema político que se ha derechizado. En muchos lugares. No sólo en Italia. También en Europa, EEUU, Turquía, China o India, por poner unos ejemplos.

¿Y qué tipo de sociedad están construyendo con ese relato que usted describe?

Es pronto para decirlo. Nos encontramos en el momento crucial que se establece al inicio de la gran batalla. Hay que confrontar hasta el sentido de las palabras que utilizan. Cuando los emprendedores del miedo y los defensores de las fortalezas nos hablan de riqueza, de una sociedad opulenta, ¿qué nos están proponiendo, en realidad? Creo que ha llegado la hora de aceptar la colisión y proponer qué tipo de sociedad “rica” queremos.

Parece una descripción del pensamiento de Hannah Arendt sobre el totalitarismo: el sometimiento social a un orden que crea necesidad a base de mentiras.

De alguna manera hay analogías pero siempre hay que tomar con cuidado los referentes históricos. Si pienso en la Europa de los años 30 y en los fascismos, el capitalismo tenía una conformación básicamente nacional y sobre ella se estructuró el mercado mundial. Hoy en día el capitalismo tiene tendencias muy poderosas que trascienden las fronteras de un país. Esto no significa que tengamos que esperar una adecuación del mundo político a las leyes de desarrollo del capital. Lo sabemos muy bien. Por eso digo que la globalización, y eso también es otra gran diferencia con el siglo XX,  tiene mucho que ver con el tipo de cooperación social que se está construyendo y su aportación a la creación de riqueza. Me refiero a la composición del trabajo vivo en manos del capital. Y es en este punto, un tanto abstracto, donde creo que debemos incidir intensamente porque es la manera de agrandar aún más las grietas existentes entre el mundo del capital y el mundo de los Estados-nación.

¿Una podría ser la asimetría en el desarrollo, no ya entre países, sino entre regiones?

Sí, claro, ese es un rasgo estructural del capitalismo. Hay áreas del mundo que se abrieron a las operaciones extractivas del capital transnacional pero están viendo como la movilidad de sus ciudadanos hacia regiones más ricas es controlada de manera brutal y violenta. ¿Sabe cómo llaman a esto?

¿Necropolítica?

Exacto. En México, por ejemplo, está muy difundida. Cada día puede encontrar verificaciones de su funcionamiento en los periódicos. En mi opinión, es un término tan fuerte que aplicado de manera repetida y unilateral puede provocar equívocos. Por ejemplo, las caravanas de migrantes que intentan llegar a EEUU son la demostración más fuerte y explícita de que la migración tiene hoy en día características de movimiento social. Su capacidad para autoorganizarse ha permitido reducir de manera impresionante los peligros en la ruta a través de México, la frontera vertical entre el norte y el sur.

¿Considera que los migrantes pueden jugar un papel en el cambio social como el que hoy protagoniza el activismo feminista?

Es difícil preverlo pero yo empecé a hablar de que era un movimiento social en los años 90. Más que nada por criticar la retórica de victimización que se utiliza con ellos. Esa imagen, bastante difundida también en sectores de izquierda, de que son los mártires del neoliberalismo. Mi propuesta es destacar la dimensión subjetiva de su comportamiento pero eliminando la visión romántica que se tiene de ellos. Resulta que ahora todo eso se ha mostrado de manera explícita en México y en Europa. En la ruta balcánica, por ejemplo, miles de hombres y mujeres articularon, de alguna manera, su reivindicación de acceder al espacio europeo transformándolo.

¿Y qué tipo de transformación puede articularse a partir de este movimiento social?

La respuesta es amplia porque, repito, la cuestión no es idealizar a los migrantes. Creo que es mejor estudiar primero el impacto que está teniendo en países como Honduras, por ejemplo, México y EEUU. Es un campo de batalla político tan abierto que nos exige actuar. Lo que no podemos hacer bajo ningún concepto es retirarnos.

¿Por qué lo dice?

Porque algunas posiciones de izquierda dan síntomas de capitulación al considerarlo un tema que sólo preocupa a la derecha. Pues no. Para quienes nos sentimos internacionalistas y tenemos interés por reinventar la política bajo unas condiciones completamente nuevas, la migración es un asunto fundamental.

¿Por qué es tan importante no ver al migrante como una víctima?

La manera más fácil y correcta de responder es apelando a la historia. Los trabajadores también fueron tratados como víctimas durante la Revolución Industrial y el movimiento obrero desplazó esta mirada para activar su capacidad de acción transformadora. Tal vez es un análisis sencillo pero creo que aporta algo. En la migración hay una inversión de la capacidad de actuar debido a las retóricas “victimizantes” que emplean hacia ellos. Es importante subrayar que esto no significa arrinconar las circunstancias del despojo y la explotación que sufren desde sus países de origen pero puede brindarnos otra perspectiva a la crítica política.

¿Hay demasiado paternalismo?

Exacto. El “hagámonos cargo de los pobres migrantes” es un contrasentido porque subestimamos su capacidad de actuar. Somos testigos de su resistencia y de su capacidad de organización aunque no sea la que nosotros imaginamos entre sujetos explotados pero hay que aceptarlo. Si sumamos su fuerza abriremos el abanico de posibilidades de ganar esta batalla.

Usted participa en un proyecto activista único: la botadura del Mare Jonio, un barco de búsqueda y rescate de migrantes en el Mediterráneo que navega bajo pabellón italiano. ¿Cuál es la novedad de esta iniciativa?  

Es un proyecto peculiar desde su nacimiento, a finales de junio pasado, cuando el gobierno cerró los puertos italianos a las ONGs.  Entonces, un pequeño grupo de viejos activistas nos propusimos hacer algo y pasar a la acción aunque todo eran preguntas: ¿Escribimos un artículo de prensa? Perfecto, adelante. ¿Proponemos algún tipo de acción frente a los puertos? Muy bien, vamos. ¿Organizamos una manifestación en Roma? Era un poco complicado pero había que hacerla también. Sin embargo, necesitábamos ir más allá de la simple resistencia. Y surgió la idea de comprar un barco. ¡Es la cosa más difícil que he hecho en mi vida! Fuimos de puerto en puerto, tejiendo relaciones con gente que conoce ese mundo y al final lo logramos. Y ahora podemos decir bien alto: “Hicimos algo que nadie esperaba de nosotros e iniciamos un choque con el gobierno”. Ese es el gran valor del proyecto Mare Jonio.

Pero estos operativos de búsqueda y rescate son realizados por ONGs y ustedes no son una ONG. ¿Les parecía insuficiente el trabajo que realizan?

Yo he criticado bastante la implicación de las ONGs en el régimen de control fronterizo de los gobiernos, aunque siempre respetando a los voluntarios y voluntarias que invierten tiempo y pasiones en este tipo de trabajo. Pero mi censura estaba fundada, como lo demuestra que llegó un momento en el que ese modelo de instrumentalización del humanitarismo entró en crisis cuando comenzó a ser criminalizado. En Italia es particularmente duro pero también en EEUU. Ante esta situación nos planteamos recuperar la iniciativa política sobre la migración conectando el mar con la tierra. En este punto, la cooperación con las ONGs está siendo fundamental, especialmente con Proactiva Open Arms  y con Sea Watch, que forma parte de la plataforma que hemos creado: Operación Mediterránea. En los dos últimos meses hemos organizado más de 200 asambleas en todo el país y la gente participa con una mezcla de curiosidad y entusiasmo.

Pero gobiernos como el italiano ya preparan leyes contra el sistema de acogida de refugiados. ¿Cómo salir de ese atolladero?

Resistiendo y protestando pero también armando infraestructuras autónomas de acogida. La iniciativa de las ciudades-refugio, en la que participé, tiene que ayudar a abrir esos espacios. Ya sabemos que los alcaldes no tienen competencias en esta materia por lo que hay que incorporar es una constelación de fuerzas que vayan más allá de los gobiernos municipales. Por ejemplo, incluyendo a los movimientos sociales transformadores y a los propios migrantes.

Sin embargo, la hegemonía política de las derechas europeas es muy poderosa en estos momentos. ¿Ve opciones de desarmarla?

Nos hace falta un poco más de optimismo. La hegemonía de la derecha en Italia, por ejemplo, parece muy fuerte y compacta. Lo más llamativo es el clima social que ha fomentado. Se nota en las conversaciones que se entablan en la calle, en los trenes, en el autobús. Es como si hubiéramos atravesado un peligroso umbral y eso me provoca bastante miedo. Pero hay que huir del pesimismo y también del optimismo de la voluntad. Tenemos que empezar a trabajar ya, desde el punto de vista analítico y práctico teniendo en cuenta que es una coyuntura global. No nos olvidemos de esto. La situación que vivimos no sólo es el resultado del comportamiento del capital transnacional sino también del tipo de cooperación social que se ha desarrollado en el mundo y que está marcada por la movilidad. Por eso creo vital hacer grandes coaliciones entre movimientos sociales muy poderosos que también están siendo atacados. Hablo de las mujeres, del activismo feminista internacional que es otra fuerza de choque que abre muchas posibilidades.

Defiende la importancia de reforzar las redes internacionales contra la ultraderecha y aboga por pasar a la acción. ¿Cómo hacerlo?

Forjando un lenguaje político europeo nuevo que sirva para abordar este problema y abrir espacios al diálogo con los países de la costa sur del Mediterráneo. En este momento, la Mare Jonio está en Túnez, en el Puerto de Zarzis, donde un colectivo de pescadores locales ha sido acusado de involucrarse en tareas de salvamento de migrantes. Nosotros realizamos labores en el mar pero al mismo tiempo tratamos de tejer relaciones que nos permitan imaginar y construir una Europa y un Mediterráneo distinto. Es un intento para cambiar la situación actual.

¿Cómo ve la situación política en España?

Hombre, no sé, jaja. Hace dos años veía que la extrema derecha agresiva y nacionalista estaba inactiva porque el PP, como hizo la Democracia Cristiana en Italia, había logrado difuminarla. También porque el 15M fue una especie de vacuna social contra todo esto. Pero el otro día estuve en Zaragoza y me llamó la atención ver cantidad de banderas españolas colgadas de los balcones.

¿Y cuál fue su lectura?

Que ha cambiado el nivel del discurso público y que ha aparecido un nacionalismo en el debate político que toma la forma de Vox, toma la forma más derechista del PP y de Ciudadanos. Y no sé si también toma la forma de celebración del día de la patria por parte de algunos compañeros de Podemos.

¿Quién es Sandro Mezzadra?

Pues un tipo que tiene una inquietud vital, que también me ha producido problemas, por el activismo político, el cual ha tomado diferentes formas en los últimos años, y por un trabajo teórico y académico siempre compartido