“Muchos intelectuales y novelistas siguen blanqueando al PSOE”

¿Qué hay de literario en el opúsculo municipalista y de ensayo político en la novela?
Me interesan muchos escritores como Belén Gopegui e Isaac Rosa que, no solo por los asuntos que abordan, sino por el modo en que están reconstruyendo la narrativa, por cómo están enfocando sus historias incluso estilísticamente, aun perteneciendo a generaciones distintas. En la misma estela situaría a Rafael Chirbes, mayor que ellos, y que murió hace unos años, pero que completa estas tres generaciones en las que me he fijado. En el caso de Belén Gopegui, por ejemplo, podemos ver que en su literatura, como le ocurre a Isaac Rosa, siempre hay ensayo y en sus ensayos también hay una manera de narrar literaria. Entonces, para mí, opúsculo que he escrito no tiene una mirada académica, no se trata tanto de grandes y sesudas aportaciones sobre lo que supuso el municipalismo, las batallas con Podemos, el fraude del gobierno de Carmena ni otras discusiones, sino precisamente una visión más literaria, puesto que parte de lo personal.

Para imbricar esa mirada sobre lo real desde lo personal me valgo de las herramientas que te ofrece la literatura. Tienen que ver con el punto de vista, con la mezcla de historias, con cambiar de un lado a otro, con cómo encarnas lo que estás contando más allá de una mirada externa y puramente objetiva. Y, al contrario, en la novela rehuí de todo intento de ser panfletario o elaborar grandes contextos y explicar a la gente qué es la corrupción y qué no es la corrupción o quién fue Felipe González y por qué era muy malo o no, pero evidentemente todo eso se desprende de alguna manera. Es precisamente Gopegui quien recuerda, creo que en Un pistoletazo en medio de un concierto, que todas las novelas son ideológicas, solo que unas por alusión y otras por omisión. Es decir, una novela que no cuestiona el sistema de valores del mundo en el que estamos es una novela ideológica porque los está dando por buenos. Lo que quiero decir es que no hace falta explicarle al lector “era un matrimonio muy convencional porque ella siempre cocinaba”, eso no es literatura, si tú muestras a una mujer haciendo todas las tareas del hogar y a él no, ya no lo tienes que explicar porque se da por hecho. Al final se trata de que tu idea permee a los personajes. Ese es el reto de hacer buenas novelas.

Las generaciones son algo muy presente en la novela.
¿Cuántas novelas hay qué cuestionen el discurso oficial sobre la transición y los primeros momentos de la democracia? Se me ocurre alguna de Rafael Reig, a bote pronto. Es algo increíble si pensamos en lo que ha sufrido este país, entre otras cosas el montaje de un grupo terrorista por parte de un gobierno socialista, con un ministro y un secretario de estado en la cárcel e indultados para que fueran a casa por navidad. Estamos hablando de relatos complacientes que todavía escuchamos, mediante los que muchos intelectuales y novelistas siguen blanqueando al PSOE, y que a veces, precisamente, forman parte de una élite que está donde está porque ha sido cómplice por acción u omisión.

El protagonista de Todo queda en casa en un primer momento no se para a preguntarse por la corrupción que vivió a través de su padre y su madrastra y que durante muchos años ignora.
Él ha crecido de lleno en el cuento mágico de la democracia que nace con la transición. Ese mito alcanza su punto álgido con los grandes fastos del 92 (Expo, AVE, Juegos Olímpicos), en donde se sitúa, de alguna manera, el punto cero de la novela, de forma que ese personaje llega a entender la corrupción como un mero problema familiar, no como una falla en el país de encanto donde ha crecido. Tiene que ser su hermana, 13 años más joven que él, la que le haga ver que todo eso es una fantasía. De hecho, es la joven la que está participando en candidaturas municipalistas en su ciudad, mientras que él vive eso con cierto desapego, cierto cinismo, sobre todo, y votando por inercia a la izquierda cada 4 años porque en eso consiste la democracia: en delegar el voto y todo bien.

El reto como novelista no era explicitar todo esto así, sino que los personajes, a través de sus acciones desarrollaran ese tipo de conflictos y que el lector fuera pensando y compartiendo o discutiendo con ellos. No es casual que los dos protagonistas se lleven una generación de distancia. Él huye de un problema familiar, no de un sistema corrupto en el que sus padres son una pieza más. No entiende cuánto de estructural hay en corrupciones, incluso menores, que estuvieron tan a la orden del día y fueron tan fáciles de cometer como que a sus padres les bastaba con un ordenador en su propia casa.

El tratamiento que se hace de todo esto en la ficción, en novelas, pero sobre todo en el cine, tiene buena parte de responsabilidad, ya que arroja una mirada tendente al espectáculo. De ese modo se afronta la corrupción política como tramas trepidantes, como por ejemplo en la película El Reino, con persecuciones, intriga y hasta cierto glamur. Y, por el contrario, se olvida, entre tanta adrenalina, algo que afecta de manera dramática a la vida de multitud de personas que, por ejemplo, han sido desahuciadas, y no vemos la relación entre ambos factores. Se ha contribuido a convertir la corrupción en un subgénero más de ficción, casi como algo que no nos afecta en la vida cotidiana.

Parece que los dos textos tienen una relación muy fuerte en el fondo, podría decirse que uno es el reverso o el complemento del otro.
Sí, el personaje de Irene, joven y muy ilusionada con la creación de las plataformas municipalistas, representa en la novela esa cara que quiere romper con el relato de la transición y hacer política de otra manera. El ensayo Municipalismo y asalto institucional: una visión descreída se podría entender como un epílogo de la novela, el reverso, en efecto, de esa intención tan valiente, y malograda, para desarmar un sistema muy bien pertrechado, pero que al final te hunde si no tocas poder, y aun así. En el ámbito municipal, que es el que aborda el ensayo, se trata de la cristalización de todo un contexto que tiene que ver con los grandes poderes fácticos de una ciudad. Y si tocas a los poderes fácticos te asfixian. Eso plasma el libro: cómo todo ese peso y asfixia nos atravesó los cuerpos, la subjetividad, nuestras relaciones cotidianas y nuestra manera de enfrentarnos al día a día.

La generación de Daniel, el protagonista de la novela, normaliza la corrupción y convive con ella. Sin embargo, a partir del personaje de Irene reconocemos una generación que rompe con esa apatía anterior y protagoniza con ilusión y arrojo los momentos más reseñables de eso que hemos conocido como «nueva política». ¿Cómo crees que afectará el desengaño institucional que describes en tu opúsculo a estas dos generaciones, y a la generación inmediatamente posterior, que ni siquiera conoció el 15M?
Es difícil de saber, entre otras cosas porque si el 15M lo protagonizó gente muy joven, en el asalto institucional los cargos públicos recayeron en otra mayor. Desde Ada Colau, que es de mi generación, hasta Manuela Carmena. El riesgo es que este fracaso electoral suponga para mucha gente algo que de hecho le ocurre a Daniel al comienzo de la novela, que siempre ha tenido una actitud de suficiencia respecto a los movimientos sociales. Él nunca ha tenido relación con este tipo de espacios políticos porque pensaba que no servían para nada, sin embargo, tras ver que Irene, su hermana, participa en alguno de esos colectivos, esa mirada se va derrumbando. ¿Cómo presenciaría él ahora todo esto? Yo creo que, aunque Municipalismo y asalto institucional pueda entrañar cierta mirada descreída, como dice el subtítulo, se aleja mucho de esos aires de superioridad, de esa suficiencia. Es más, una de las conclusiones viene a decir que quizá este ciclo político que dejamos atrás y que ha estado marcado por el asalto institucional no se ha cerrado, sino que se ha roto, y cuando las cosas se rompen siempre hay una razón. Quizás era necesario que se rompiera, porque resulta evidente que algo no iba bien. Es posible que las generaciones que llegan a continuación y empujan con fuerza desde los feminismos o el movimiento contra el cambio climático hayan pasado de todo nuestro rollo institucional porque sistémicamente ya no entrañaba nada en absoluto. Por eso, una cosa es reconocer el desengaño y otra, bien distinta, caer en la complacencia o perder el optimismo. Para mí un referente de optimismo político es Toni Negri. Si Negri, con la edad que tiene y todo lo que ha vivido, sigue convencido de que podemos ganar, ¿quiénes somos nosotros para decir que todo está perdido solo porque hemos salido decepcionados de la experiencia institucional de estos últimos cuatro años?

En tu texto sobre la experiencia municipalista hay una ruptura en términos de estilo a la hora de abordar una problemática política de estas características. Posiblemente por una manera de leer la política, con la tradición analítica propia de espacios autónomos como los nuestros. Generalmente estos análisis se abordan desde una perspectiva muy neutral, impersonal y macro, donde no queda espacio para pensar cómo nos atraviesan todas estas cuestiones en la cotidianidad de nuestras vidas. Como comentas en el libro, este choque de tradiciones políticas se ha manifestado de diferentes formas…
Todos los que hemos estado en una organización como Málaga Ahora hemos podido identificar, a los cinco minutos de comenzar una asamblea, de dónde venía cada quién y cuál había sido su bagaje militante. Había una diferencia clara entre quienes venían de una tradición de partidos y entre quienes habíamos participado en diversos movimientos sociales. Se ve quién viene de una cultura de mayorías y no de una cultura del consenso, igual que se ve quién viene de una cultura de objetivos específicos y no de hacer camino caminando. Se ve quién viene de marcar el camino y no de «caminar preguntando», como decían los zapatistas. También se ve, y esto es importante, quién confundió el éxito electoral con el éxito político, y al contrario, el fracaso electoral como sinónimo de fracaso político. De hecho, aquí en Málaga pudimos reconocer perfectamente quiénes entendían la diferencia entre una coalición y una confluencia y quiénes no. Estos últimos malearon el término hasta límites insospechados.

La cuestión es que resulta difícilmente conjugable con la política institucional el modo de hacer de los movimientos. Es verdad que los tiempos de la institución apremian de tal manera que resulta muy complicado mantener intacta esa otra mirada, ahora bien, ¿significa eso que tengas que asumir como propias las lógicas de los viejos partidos de izquierda, aunque de aspecto rejuvenecido? Entiendo que no. ¿Es suficiente, para hablar de una política radicalmente distinta, la política de los gestos (limitación salarial, consultas telemáticas, etc.)? Pues tampoco. Yo quiero pensar que si volvemos a plantearnos lo que significa el momento institucional en el medio-largo plazo, se deba a que estemos convencidos de que aún quedan resquicios para hacerlo de manera consecuente, de lo contrario es preferible renunciar a esa vía.

Mientras escribías el ensayo surgió otro partido de la mano de Íñigo Errejón, Más País, y quizá echamos de menos un segundo epílogo que pueda abordar el sentido de esta apuesta y su composición, más que como dispositivo político, como síntoma.
Esta fue una de las cuestiones que hablamos en la presentación del ensayo en La Casa Invisible. Desde mi punto de vista Más País representa la parte más reactiva y conservadora del 15M y está relacionado con el tapón generacional tan traído y llevado. Lo que viene a decir es: “El pastel os lo estáis comiendo los de la misma generación, queremos nuestra parte”. Interlpelan a la generación de Felipe González, Chaves o Guerra, que lleva toda la vida presumiendo de una democracia que había preparado a sus jóvenes como jamás se había hecho antes y, sin embargo, cuando esa nueva élite generacional ha reclamado sus sitios, se encuentra con que nadie se los cede. Es decir, no plantean una ruptura, sino un recambio generacional. Desde ese punto de vista puede ser legítimo este intento de llegar a las instituciones que ha propuesto Errejón, pero no me siento identificado. De hecho, si entiendes lo político como un mero recambio de élites, directamente lo rechazo, me causa urticaria. Tanto el discurso errejonista como el acriticismo de muchos compañeros supone una vuelta al conservadurismo político anterior al 15M. Es aquí donde tenemos que marcar las distancias y explicar muy bien nuestras razones, recuperando lo mejor de nuestra tradición política y escuchando, como decíamos antes, a los nuevos movimientos, en especial al movimiento feminista.

Volviendo sobre Todo queda en casa, parece evidente que te has marcado un reto diferente respecto a Grietas, la novela con la que ganaste el Premio Lengua de Trapo. Si entonces nos hacías reflexionar sobre cómo muchas veces lo personal puede estar relacionado con una realidad estructural (en ese caso a través de la anorexia que sufre uno de sus personajes), esta vez vemos cómo un problema que parece alejado de los cuerpos nos puede atravesar y dejar huella.
Efectivamente. Para crecer como escritor intento afrontar nuevos retos en cada novela, tanto a nivel de estilo como de contenido. En esta novela era mucho más difícil ponerle carne a la cuestión de la corrupción política, primero porque debía contextualizarlo sin caer en el panfleto y, segundo, porque tenía que enfrentar modos diferentes de ver la historia reciente del país, dada la diferencia de edad de los personajes. También porque tenía que ver cómo había afectado a personas de distintas generaciones. Todo eso mezclado con conflictos propios de cada personaje. Al final me he visto obligado a sobreponer varios planos de tiempo, varios escenarios y personajes que, aún conservando su nombre, no son exactamente los mismos, ya que no somos los mismos a los diecinueve años, que es cuando Daniel toma la decisión de abandonar a su familia, que con treinta y pico años, que es cuando se vuelve a encontrar con su hermana.

Creo que esto tiene un componente que de alguna manera está también presente en la evolución misma de nuestro país. Es decir, cómo hemos pasado de la ingenuidad al desengaño. Hay otra cuestión que me ha interesado mucho a la hora de construir los personajes, y es que llega un momento en el proceso de maduración personal en el que sí o sí tenemos que aprender a vivir con nuestro monstruo interno. La paradoja radica en que el hermano mayor no lo ha entendido aún y la novela arranca reflejando cómo huyó de su familia, cuando a la postre es su hermana menor la que le explica, en cierta forma, que para convivir con tu monstruo primero lo tienes que mirar a los ojos. Y ahí arranca el viaje metafórico y real de la novela. Esto no quiere decir que Dani vaya a destruir esa parte que sí que le perturba, sino que va a asumir que estamos hechos de momentos de grandeza y de momentos de miseria, y sobre todo de culpas heredadas.

¿Crees que la culpa se hereda?
Sí, la culpa se hereda, lo que no se hereda es la responsabilidad. Siendo un niño no puedes cargar con la responsabilidad de los actos de corrupción que cometieron tus padres. Sin embargo, de alguna manera te han podido beneficiar, y por lo tanto has heredado una culpa sin ser responsable. Es una paradoja muy interesante. Hay una magnífica novela, Jugadores de billar, de José Avello, que va justo de eso, los herederos de los franquistas que no vivieron todo aquello en primera persona, pero que ahora tienen una posición privilegiada de la que son culpables sin haber tenido ninguna responsabilidad. Me interesaba pensar cómo familiarmente vivimos en un sistema cerrado en el que acabamos asumiendo culpas, pero, ¿y si socialmente también ocurre?

En ese sentido es curioso ver cómo Daniel vuelve poco a poco sobre determinados recuerdos que ha obviado durante mucho tiempo, dándoles la importancia que realmente tienen, para reconocer la culpa y poder seguir el viaje, en gran medida, gracias a su hermana menor.
Sí, la hermana pequeña es totalmente inocente en todos los planos de lo que ocurrió, porque de hecho cuando iba a celebrarse el juicio ella tenía solo seis años. En ese viaje literal y metafórico que hace la novela hacia el pasado, él se da cuenta de que siendo muy niño sus padres, en un gesto imperdonable, le habían hecho de alguna manera partícipe de la corrupción. ¿Cómo se puede vivir con eso? Yo creo que es importante mirar esos recuerdos de frente, de ahí que la novela también sea un viaje hacia el origen de la culpa, solo que en este caso la culpa tiene que ver con una cuestión política y estructural. Daniel está confundido y a veces no consigue entender por qué tomó determinadas decisiones en su adolescencia, dado que ha evitado de manera casi inconsciente recordar esos momentos relacionados con la corrupción de sus padres.

Quizá es un ejercicio que podríamos hacer como sociedad, entender por qué nos cuesta tanto mirar atrás, recordar esos momentos que nos avergüenzan y nos dificultan hablar, en esencia, de nuestra democracia. Las sombras del Régimen del 78 son muchas, y acaso empezamos a mirarlas de reojo. Para entender mucho de cuanto está ocurriendo ahora mismo habría que hacer memoria. Si Felipe González sigue ocupando portadas y marcando el discurso de la clase política, por ejemplo, mal vamos.

Para terminar podrías hablarnos un poco de cómo está el mundo editorial. ¿Te ha resultado fácil publicar la novela?
La verdad es que me ha costado bastante encontrar editor, porque Lengua de Trapo, al poco de conceder el premio a Grietas, quebró, y actualmente solo se dedica al ensayo. Por otro lado, la mayoría de las editoriales, medianas o grandes, incluso teniendo informes favorables de lectura, no la querían publicar. Finalmente ha salido con Distrito 93, una editorial que está comenzando, con autores en español de ambas orillas. Convocaron el premio Auguste Dupin y lo gané. Esto también nos da qué pensar, y mucho. Para poder publicar en una editorial de ámbito estatal he tenido que ser avalado por un premio. Lo mismo me pasó con Grietas. Cuando menos, es llamativo.