Melancolia de izquierda

Gutmaro Gómez Bravo
Libro reseñado: 
https://criticadehistoria.blogspot.com/
14/12/2019

 

Como ha demostrado Enzo Traverso, la melancolía ocupa un espacio central en la cultura de izquierda del siglo XX. Mas allá de su diversidad, de sus distintas procedencias geográficas e ideológicas, de sus medias mitades y matices, la izquierda compartía una visión central del espacio político concebido como un ámbito de transformación e intervención. Un mundo, hoy hecho pedazos entre identidades y particularidades, cuyo tronco común descansaba tanto en el optimismo de la teoría como en la desilusión de la experiencia, en sentimientos compartidos  transmitidos y acumulados en algunas victorias y muchas más derrotas.  Todo ello aparece reducido y confuso hoy en el amplio continente que compone la memoria de la izquierda, desplazado y limitado, como otros muchos aspectos de nuestro presente, hacia el campo de las emociones.
 
Melancolía de izquierda

 

 
Desde 1989 ha habido numerosas muestras de revoluciones que han mantenido al mismo nivel los principios de igualdad, soberanía y libertad, pero que sólo encuentran referentes en el pasado, lo que terminó conduciendo a la mayoría a un punto muerto desde el punto de vista práctico. La memoria de la izquierda viene cargada así de luchas y derrotas en las que se forjaron los movimientos sociales de masas, el anarquismo, el socialismo, el tercermundismo, el comunismo o el feminismo……que han dado origen a una diversidad de “políticas identitarias” que en muchos casos han terminado siendo regresivas por ese mismo efecto óptico de buscar sus referentes en un pasado idealizado.
 
El siglo XXI se abrió con el derrumbe de la utopía, al fin de la Historia y al fin del propio mundo anterior que , al mismo tiempo y paradójicamente, reivindicaba. Se clausuraba así cualquier posibilidad de pensar en cambio y mejora,  de crear esperanzas o expectativas, frente a la razón instrumental y la economía. El presentismo en el que se han instalado nuestras modernas sociedades avanzadas, marca también una agenda política que, más allá de solucionar los problemas reales, renuncia a solucionar sus causas y apenas limita los daños de sus consecuencias. Nuestro tiempo no sabe de ciclos ni de fases sino de acontecimientos que cobran dimensión por su capacidad viral. De lo contrario no existen. Esto ha cambiado nuestra percepción de manera total e irreversible pero nuestro andamiaje intelectual para solucionarlo sigue siendo antiguo, estructurado en la duración y en la permanencia. Estamos obsoletos si, de acuerdo, pero no solo por este desfase. Vivimos desorientados por el impacto de una gran colisión entre la historia y la memoria. La memoria histórica existe, es la memoria de un pasado que aparece definitivamente cerrado y ha entrado en la historia.  Y el efecto más grave de esta colisión entre la memoria y la historia en nuestro tiempo, es su anclaje en una encrucijada de diferentes temporalidades. Por un lado, seguimos por el retrovisor el reflejo de un pasado aún vivo en nuestra mente, mientras por otro nos vemos obligados a archivarlo porque ya no aparece en los mapas. La escritura de la historia ha sido siempre un intento de equilibrio entre ambas tendencias.  Otro de los perfiles de cambio más claros de nuestro mundo, por último, está en que hoy vivimos en un tiempo en el que se escribe la historia de la memoria, mientras una parte de la sociedad lucha por mantener viva la memoria de su pasado. Vivimos en una permanente melancolía, de la que solo repensar el futuro nos puede salvar.