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El siglo XIX diagnosticó que la ciudad era mala. A fines del siglo XX se piensa que la ciudad es la solución.
Así, luego de comprobar su disgregación, se busca el medio para hacerla renacer mediante la integración, a través de una revalorización de las formas urbanas (calles, cafés, barrios, asociaciones locales, etc.). En ese contexto se implementa la ciudadanía urbana, que puede constituir una prolongación de la ciudadanía social, del mismo modo que esta última era una prolongación de la ciudadanía política.
Como consecuencia de la mundialización y de las deslocalizaciones, el Estado ya no puede dominar la cuestión de la relación entre la vivienda y el empleo. En consecuencia, la remite a lo local. Los representantes locales electos, los habitantes, los servicios, los empresarios deben ponerse de acuerdo para darle respuesta a esa cuestión con ayuda de acuerdos de colaboración locales.
Eso es la ciudadanía urbana.