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Estamos, ante un texto profundamente literario. No hay duda de que Camille es literatura, en el sentido más artístico de la expresión, pero también más exigente. Camille requiere un esfuerzo por parte del lector, o no tanto, tal vez, si decide deslizarse por las letras, dejarse llevar por el autor dentro de un texto que tiene mucho de onírico y que no necesita ser entendido del todo, al menos racionalmente.
Por tan misteriosa, Camille es tan sugerente, y ya digo que suena y es literatura, al menos para mí. Se adivina en ella y en Martín Parra lo que comúnmente en el ámbito literario se llama un escritor de raza. ¿Qué es un escritor de raza? Alguien abocado a escribir, destinado a escribir, en cierto modo condenado a ello, pero gozosamente, porque la escritura sublima el mundo y el mundo del que escribe, mientras lo expresa, mientras se expresa, mientras lo inventa y trasciende. Crea arte, deja un rastro de arte, un camino que otros, los lectores, pueden transitar, como un gran viaje, con todo el placer y, en ocasiones, las dificultades que entraña todo viaje. No hablo de turismo, hablo de viaje, auténtico y verdadero, como auténtico y verdadero escritor me parece el autor de Camille.