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El mundo como una revelación visible, como un deslumbramiento que deja la realidad llena de destellos y de sombras, como una escombrera de espejos. Así la entrega Alejandro J. Ratia en su libro El Sol de Heráclito. El "todo fluye" de Heráclito era una reflexión que polarizaba en el cambio y no en la permanencia el dilema del pensamiento griego sobre el movimiento.
Ratia mira el fluir físico de los elementos del mundo: el vibrar de las hojas, el ir y venir de los pájaros, la inacabable actividad de los espejos... Y ese discurrir del río que, cuando ya quiere ser costumbre, "giran al unísono los incontables peces y muestran todos de golpe sus plateados lomos". Parece que estamos leyendo a Homero.
Pero un Homero de este tiempo frenético nuestro: "Entra la calle a perturbar la casa por la traición de los cristales... la calle arde en la habitación. Vehículos ajenos ruedan por su techo. Circulan por él los resplandores de los parabrisas y los guiños de los guardabarros mientras las puertas, inmóviles, aguardan en ángulos arbitrarios".