Para envío
Ante Ciliga (1898-1992), joven dirigente del Partido Comunista de Yugoslavia, viajó a la U.R.S.S. en 1926 para conocer de cerca la experiencia revolucionaria. Crítico con la actuación de la Internacional en el partido yugoslavo y decepcionado con la progresiva degeneración de la revolución rusa, Ciliga termina formando un pequeño grupo de oposición entre los comunistas yugoslavos residentes en Rusia y entra en contacto con los grupos trotskistas. Arrestado por la G.P.U. en 1930, podrá abandonar la U.R.S.S. en 1935, tras pasar por las prisiones de Leningrado, Cheliábinsk, Verkhne Uralsk y el exilio en Siberia. En la obra En el país de la mentira desconcertante, escrita en París entre 1936 y 1937, tras su «expulsión» de Rusia, Ciliga relata su paso por el país soviético hasta la primavera de 1933, las condiciones de vida de obreros y burócratas, la vida y la lucha en las prisiones y su progresiva evolución política personal hacia la izquierda comunista.
«Mis dos volúmenes sobre Rusia, en gran medida, están consagrados a la descripción de la vida de los perseguidos y deportados soviéticos, cuya suerte he compartido cinco años y medio. Al lado de los millones de ?trabajadores forzados? que abarrotan los campos de concentración y el exilio en Siberia, el Gran Norte soviético, en unas condiciones que evocan tanto los campos nazis como los Trabajos Faraónicos, en mi época existía aún un pequeño grupo de perseguidos llamados ?políticos?. Estaba compuesto por los miembros de los diferentes grupos y partidos socialistas, de comunistas no-conformistas de diferentes tendencias y de anarquistas. Disfrutaban de un reconocido estatus como ?presos políticos?: era el último reducto que quedaba en toda Rusia de la democracia política de la Revolución de 1917. En sus prisiones ?los aisladores políticos? y en sus relaciones recíprocas en el exilio, se valían de la libertad de expresión y de unos estudios políticos y sociales que hacían que su pequeño mundo pareciera el último islote de libertad en un océano de esclavitud. Una paradoja soviética a la que le iba llegando su trágico fin.»