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El nombre Iliá Erenburg se relaciona, en primer lugar, con el intelectual que colaboró sin reservas con el régimen soviético, y, en segundo lugar, con su amigo Vasili Grossman, con el que escribió, en colaboración con terceros, el terrible El libro negro. Novelista criticado en su país, en 1932 aceptó ser corresponsal del Izvestia en París, convirtiéndose en un relevante periodista oficial que describía a Stalin como «un capitán que permanece junto al timón ? con el viento de costado, mirando la oscuridad profunda de la noche ? con un enorme peso sobre sus hombros». Sus memorias, escritas al final de su vida y que hoy presentamos por primera vez íntegras al lector español, son un documento de primer orden para conocer aspectos fundamentales de la convulsa historia del siglo XX. Aunque incómodas para el régimen soviético (hasta 1990 no fueron editadas enteras y sin censura), no dejan de ser los recuerdos de alguien que, en su relación con los más relevantes intelectuales europeos, intentó atraerlos a la propaganda del comunismo. Y, a su vez, fueron también, como recuerda Nadiezhda Mandelstam, «el único de sus libros que desempeñó un papel positivo en su país», porque?afirma?abrió los ojos a una minoritaria intelligentsia.