GUÍA DE LA MUJER CONSCIENTE PARA UN PARTO MEJOR

Imagen de cubierta: GUÍA DE LA MUJER CONSCIENTE PARA UN PARTO MEJOR
Precio: 35,00€
Sin stock, sujeto a disponibilidad en almacenes.
Editorial: 
Coleccion del libro: 
Idioma: 
Castellano
Número de páginas: 
344
Dimensiones: 240 mm × 150 mm × 0 mm
Fecha de publicación: 
2011
Materia: 
ISBN: 
978-84-935259-5-8

Introducción
Dirección obstétrica del parto: ¿qué hay de malo en ello?
¿Espera usted un bebé o planea quedarse embarazada? ¡Enhorabuena! Se embarca en una travesía llena de desafíos y con la posibilidad de disfrutar de grandes compensaciones. Sin duda, desea usted que su experiencia del parto sea sana y satisfactoria. Yo también se lo deseo, y escribí este libro porque lograr ese objetivo no es tan sencillo como debería. Durante los últimos treinta años la dirección obstétrica del parto ha convertido lo que en la mayoría de los casos debería ser un proceso saludable y normal en un evento sumamente tecnificado. Sin que nadie se propusiera que esto ocurriese, y con escaso reconocimiento de que efectivamente ha sucedido, la atención a la maternidad se ha deteriorado terriblemente en Estados Unidos.
Piense en lo siguiente:
- La cesárea es la operación de cirugía mayor que más se realiza en Estados Unidos, en donde una de cada cinco embarazadas ?cerca de un millón? da a luz por cesárea a pesar del riesgo que supone para su salud, del dolor, del tiempo de recuperación y del coste. La bibliografía médica es unánime respecto a que la mitad de esas operaciones no es necesaria.
- Ahora los médicos utilizan el monitor fetal electrónico, una máquina que registra el ritmo cardíaco fetal en conjunción con las contracciones de la madre, con cuatro de cada cinco parturientas. El porcentaje ha aumentado incesantemente a pesar de la avalancha de estudios que demuestra que su uso no mejora la salud de los bebés. De hecho, su uso rutinario es una amenaza para la salud de la madre al incrementar la probabilidad de parto mediante el uso de fórceps o ventosa y por cesárea.
- En algunos hospitales a casi todas las parturientas se les pone la epidural. Los médicos garantizan a las mujeres que es segura y, sin embargo, los estudios han documentado gran cantidad de complicaciones que afectan a la madre, al bebé o a ambos.
- Todavía hoy, casi la mitad de las mujeres que da a luz vaginalmente sufre una episiotomía (un tijeretazo en el borde de la abertura vaginal). Las investigaciones demuestran que, se mire por donde se mire, este procedimiento no hace ningún bien ?salvo raras excepciones?, y puede causar daños a veces graves y permanentes.
- La mayoría de las mujeres que da a luz por cesárea pasa automáticamente por otra con los siguientes bebés. Hay toneladas de datos que confirman que el parto vaginal después de cesárea (PVDC) es más seguro para las madres, tiene ventajas para los bebés, y casi tres de cada cuatro mujeres lo consiguen.
- Pocas mujeres en este país dan a luz asistidas por una comadrona. Ello a pesar de que los estudios confirman reiteradamente que la madre y el bebé sufren menos complicaciones cuando es una comadrona quien atiende el parto y son sometidos a menos pruebas y procedimientos en comparación con mujeres de características similares atendidas por ginecólogos. Hay amplios y numerosos estudios que atribuyen a las comadronas tasas de cesárea tan bajas como un 4%.
- Prácticamente ninguna embarazada controlada dentro del sistema médico convencional escapa a pruebas, fármacos, procedimientos o restricciones que, usados indiscriminadamente, ofrecen poco o ningún beneficio en comparación con los riesgos que acarrean.
En resumen, existe un abismo entre la forma de actuar del obstetra típico y la práctica respaldada por la bibliografía médica. Esa quiebra viene siendo ampliamente ignorada por los propios ginecólogos. Resulta obvio preguntarse cómo ha ocurrido esto.

¿Por qué ese abismo?
La práctica obstétrica no refleja la evidencia científica porque, en realidad, los ginecólogos basan sus actuaciones en un conjunto de creencias preconcebidas. Si parte usted de esta premisa, todo respecto a la obstetricia, incluyendo la incoherencia entre investigación y práctica, cobrará sentido.
No es nada extraordinario amoldar la atención a las embarazadas a las creencias propias. Todas las culturas lo hacen. El problema es que las creencias obstétricas no se ajustan a la realidad del embarazo y el parto. Los ginecólogos-ginecólogos son cirujanos especialistas en las patologías de los órganos reproductivos de la mujer. La formación del obstetra típico le hace ver a embarazadas y parturientas como una serie de problemas en potencia, a pesar del hecho de que el embarazo y el parto son procesos fisiológicos normales que no tienen más probabilidades de salir mal que, digamos, la digestión. Las creencias obstétricas tienden a convertirse en profecías que se cumplen a sí mismas. Dicen que una persona sana es alguien a quien los especialistas no han hecho suficientes pruebas.
Los ginecólogos trabajan dentro del modelo médico, un modelo en el que los fármacos y las intervenciones son la respuesta para cualquier cosa que vaya mal. Sin embargo, las dificultades en el parto se resuelven habitualmente por sí mismas con jarabe de paciencia y remedios sencillos. Es raro que se requieran medidas extremas y arriesgadas.
Los ginecólogos también están inmersos en una cultura general que cree que la tecnología es superior a la naturaleza y que las máquinas son más fiables que las personas. Eso explica por qué no se desprenden de aquéllas tecnologías que han demostrado ser un fracaso si no es para remplazarlas por la última tecnología cara y sin testar que aparece por ahí. Esto también explica por qué la carga de la prueba recae en la ausencia de intervención, en lugar de ser al contrario.
Por último, hasta hace muy poco todos los ginecólogos eran hombres e, incluso hoy, las mujeres ginecólogos siguen planes de estudio diseñados y supervisados en su mayor parte por hombres. Esto significa que los prejuicios de género impregnan el sistema ?como de hecho impregnan todos los ámbitos de la medicina?, con la diferencia de que en este caso todos los pacientes son mujeres, lo que intensifica sus efectos. Un principio del prejuicio sexista es que los cuerpos de las mujeres son débiles y defectuosos y no hay que fiarse de que hagan lo que se supone que deben hacer. Con ésta forma de ver las cosas, no es de extrañar que el fundamento de la obstetricia sea que los ginecólogos han de rescatar a los niños de los cuerpos de sus madres. Tampoco es de extrañar que los tratamientos obstétricos raramente impliquen acción por parte de la madre sino cosas que se le hacen «a» la madre. Si uno ve a la madre como problema, no la ve como solución. Los prejuicios de género también valoran las cualidades masculinas de control, eficiencia y previsibilidad. Ello explica por qué los ginecólogos definen lo «normal» dentro de límites cada vez más estrechos en torno a la media cuando, por el contrario, y como ocurre con cualquier proceso físico, el rango de «lo normal» es muy amplio. Valoran la acción frente a la inactividad, y de ahí la inclinación de los ginecólogos a hacer algo, cualquier cosa, antes que nada (incluso cuando «nada» es lo mejor que se puede hacer). También valoran las rela