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«Aquel ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las ramas y las hojas como bajo su propio techo, es parcial y está herido». Mary Oliver.
Mary Oliver, ganadora tanto del Premio Pulitzer como del National Book Award, es una de las voces más influyentes de la literatura contemporánea. Habitualmente remota y discreta, pasa al primer plano memorialístico en esta inclasificable y bellísima miscelánea en la que «todo cuanto aparece es cierto en el sentido más autobiográfico de la palabra». Son, por tanto, nueve ensayos repletos de recuerdos y experiencias personales, acompañados de una breve selección de poemas «escritos en plena naturaleza» y con la obligación autoimpuesta de que reflejen «una existencia vivida con pasión, paciencia e inteligencia».
Así, por ejemplo, del relato de aquellos días en los que la poeta emprendió la construcción de una cabaña que sirviera de espejo y refugio para el alma, antes incluso que para el cuerpo, pasamos a la crónica de su meticulosa atención hacia las arañas con las que convive, o a la descripción de ese instante, inexplicable y sagrado, en el que dos ciervos se le acercan en el bosque y le lamen la mano.
Y es que, si bien la autora se halla en deuda permanente con otros grandes poetas a los que dedica también exquisitas páginas en este volumen -Whitman, Frost, Poe, aquellos «a los que acudimos en busca de un refugio contra el caos de nuestra propia experiencia»-, ella misma reconoce que «no podría ser poeta sin la naturaleza, pues para mí la puerta al bosque es la puerta al templo».
A través de una mirada tan sobria como sagaz, Mary Oliver ve el mundo con una claridad que muy pocos poseen. Y de este modo nos ofrece la posibilidad de aprender a experimentar nuestras propias vidas con un fulgor propio de la más bella y misteriosa de las auroras. Pues, al fin y al cabo, «¿quién sabe qué hay más allá de lo conocido? Y, si crees que cualquier día podrías recibir el secreto de la luz, ¿no tendrías preparado el hogar de tu mente?».