Estamos a punto de borrar todo el siglo XX. Estamos a punto de borrar, uno a uno, todos los signos de la guerra fría, quizás incluso todos los sígnos de la Segunda Guerra Mundial y los de todas las revoluciones políticas o ideológica: del siglo XX. No en el sentido de un salto adelante de la historia, sino a la manera de una reescritura al revés de todo este período, que va a ocupar de forma predominante los diez últimos años del fin de siglo.
AI paso que vamos, pronto habremos regresado al Sacro Imperio Romano-Germánico. Y esto es quizá la iluminación de este fin de siglo, y el verdadero sentido de esta fórmula controvertida del final de la historia. Lo que nos disponemos a hacer, en una especie de sepelio entusíasta, es deglutir todos los acontencimientos significantes del siglo, blanquearlo, como si todo lo que hubiera pasado (las revoluciones, el reparto del mundo, el exterminio, la transnacionalidad violenta de los Estados) -en resumen, la historia en su fase moderna- no fuera sino un embrollo sin salida y que todo e mundo se hubiera apresurado a liquidar esta historia con el mismo entusiasmo con que la había construido.
