Lo que algunos filósofos ya habían advertido, que nuestra razón es incapaz de dotarnos de una imagen objetiva del mundo y de nosotros mismos, los neurólogos actuales lo han acabado de corroborar: lo que piensa el ser humano del mundo y de sí mismo es una ficción de su cerebro. Desde que el cerebro ha dejado de ser una cámara oscura y se ha convertido en un órgano transparente, gracias a las técnicas de neuroimagen, pocas son las disciplinas académicas que se niegan a abrazar el prefijo neuro: neuropolítica, neuromárqueting, neuroeducación, neuroestética. Esta invasión de lo neuro coincide, por otro lado, con una potenciación de lo creativo en diferentes ámbitos. No existe taller, oficina, escuela, empresa o universidad en la que no se exija ser creativo. Parafraseando a Descartes, ya no es la razón sino el talento creativo la cosa mejor repartida del mundo. Para el poder actual no hay problema productivo, demográfico o educativo que no tenga una respuesta imaginativa. ¿Cuáles son las razones de ese recelo actual hacia la razón, cuando la neurociencia nos ha abierto de par en par la sala de máquinas de donde