Para envío
?A pesar de todos mis esfuerzos, el 4 de febrero quedé con vida. Arrojé la bomba a una distancia de cuatro pasos a lo sumo, a quemarropa, el torbellino de la explosión me arrastró y vi cómo la carroza saltaba hecha pedazos. Al desvanecerse la humareda me di cuenta de que me hallaba cerca de los restos de las ruedas traseras. Recuerdo que percibí el olor a humo y madera quemada y que me saltó el gorro. No caí, no hice más que volver la cabeza. Después vi a cinco pasos del sitio en que me hallaba, cerca del portal, restos del traje del Gran Duque y un cuerpo esnudo? A unos diez pasos de la carroza estaba mi gorro. Me acerqué, lo alcé del suelo y me lo puse. Di una ojeada en torno mío. Mi abrigo estaba destrozado, cubierto de astillas y requemado. Del rostro manaba sangre en abundancia. Comprendí que no podía escapar., aunque durante unos prolongados instantes no hubiera nadie a mi alrededor. Me puse en marcha. En aquel momento se oyeron voces detrás de mí que gritaban:?¡Detenedlo! ¡Detenedlo!? Faltó poca para que el trineo de los policías me atropellara y unas manos se apoderaran de mí. No opuse resistencia. A mi alrededor se agitaban un guardia, un inspector y un agente repugnante que, temblando, decía:?Mirad a ver si lleva revolver; ¡ah, gracias a Dios, no me ha matado, a pesar de que estábamos aquí mismo!? Sentí no poder obsequiar con una bala a aquel magnífico cobarde. ?¿Por qué me cogéis? No huiré. Lo que tenía que hacer lo he hecho ya.?, dije y en aquel instante me di cuenta de que había ensordecido.?