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El de Gilles Deleuze es un nombre común en el pensamiento contemporáneo. Un poco de Deleuze, se diría, va bien en todas partes, por algo tiene fama (Foucault dixit) de ser un pensador a la altura de los nuevos tiempos. Es legítimo, sin duda, utilizar a Deleuze para dar un barniz intelectual a la vez que provocador a cualesquiera propuestas, y hasta a veces parece que sus propias formulaciones, tan llamativas, invitan a ello. ¿No fue Deleuze quien dijo que la obra de un filósofo es una caja de herramientas de la que debemos tomar lo que nos sea útil? Pero es seguro que cuando Deleuze hizo esta afirmación no se refería a las ?fórmulas verbales? que podamos encontrar en un autor determinado, sino más bien a los conceptos vivos, o sea, esos que residen no en las cosas (a veces sorprendentes) que los filósofos dicen, sino en las que hacen al pensar, por mucho que estas segundas sean mucho más trabajosas de identificar que las primeras y requieran mucho más rigor que el de un simple barniz. Son estos conceptos vivos de Deleuze los que aquí se persiguen, sin olvidar que hablar de Deleuze es hablar de la coyuntura que atraviesa la filosofía contemporánea y acaso en general nuestro tiempo, y que ello puede y debe hacerse con la perspectiva y con la osadía que requiere la lectura filosófica: nunca con la intención de pronunciar una sentencia definitiva sobre el pensador, sino más bien de intentar ayudar a quienes se sientan, como aún se siente el autor de este libro, apasionadamente perdido en su pensamiento.