El cambio de modelo económico y de acumulación ocurrido en América Latina en las últimas dos décadas tuvo notables consecuencias en las estructuras productivas y en los mercados de trabajo de la región. Los efectos más evidentes de la ?financiarización? económica y de la apertura comercial indiscriminada fueron la profunda transformación de los mecanismos de regulación de los mercados de trabajo, de los patrones productivos y la desestructuración y reconfiguración de los actores sociales y económicos implicados en la negociación capital-trabajo. El desmantelamiento de la legislación social, la precarización laboral, el desempleo, la flexibilización laboral; la difusión del trabajo infantil e ilegal; la feminización del trabajo acompañada de menores remuneraciones salariales; la tendencia a reducir y suprimir la negociación colectiva; la ?represión salarial? y el disciplinamiento de los sindicatos son algunas de las consecuencias acarreadas por la desestructuración del mundo asalariado y por un profundo cambio en la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en desmedro de este último. La fuerza hegemónica del neoliberalismo reside precisamente en ahistorizar la mundialización y universalizar sus valores como el sentido común de la sociedad moderna. Todo intento de transformación resulta desacreditado y extemporáneo. La democracia laboral es ridiculizada como una utopía a ser archivada. Frente a la naturalización de procesos resultantes de claras opciones políticas y frente a la resignación ante la injusticia social es preciso rehistorizar y elaborar herramientas teóricas interpretativas que den cuenta de la catástrofe social que agobia a nuestro continente. Es necesario reconstruir un sentido común de solidaridad social que se sobreponga al sentido común del mercado. Estos son ejercicios necesarios e impostergables para salir del laberinto neoliberal.