Desde que la filosofía occidental, a partir de Grecia, se impuso como finalidad el conocimiento racional de la verdad, la tradición europea se apartó definitivamente de la sabiduría como experiencia vital. A través de este libro iluminador, el filósofo y sinólogo François Jullien se obliga a volver a dar consistencia a la antigua vía de la sabiduría, abriendo una posibilidad al pensamiento distinta a la que ha desarrollado la filosofía. En China, donde no se erigió el edificio de la ontología, el sabio, como se ha dicho de Confucio, no tiene ideas, ni prejuicios, puesto que parte del supuesto de que toda idea es ya algo que se superpone a la realidad. Por eso desconfía de las ideas, no quiere atarse a ellas, porque no sólo nos distancian de las cosas, sino que además, al fijar y codificar el pensamiento, lo vuelven demasiado parcial, lo privan de su disponibilidad. De ahí que el sabio chino quiera mantener la mente totalmente abierta, para aprehender la realidad tal como se presenta, así, por sí misma, e intentar captarla como un sonido emitido. No se trata por tanto de conocer definiendo los objetos, sino de tomar consciencia del fondo de inmanencia que dispensa lo evidente: aquello que, precisamente por tenerlo siempre ante los ojos, no vemos, no alcanzamos a ver.
AUTOR/A
JULLIEN, FRANÇOIS
Estudió en la l'École Normale Supérieure y, luego, en las universidades de Shangai y Pekín. Fue responsable de la Antena Francesa de Sinología en Hong Kong y becario de la Maison franco-japonaise de Tokio. Doctor en Estudios de Extremo Oriente (1978) y en Letras (1983), fue presidente de la Asociación Francesa de Estudios Chinos y del Collège International de Philosophie. Actualmente es profesor en la Universidad París 7 y director del Centre Marcel-Granet y del Instituto del Pensamiento Contemporáneo. El trabajo que ha emprendido entre pensamiento chino y filosofía europea se orienta a la vez a deslocalizar la reflexión, explorando en el Extremo Oriente inteligibilidades diferentes que las desarrolladas por el pensamiento europeo y, por efecto de retorno, a poner en crisis las elecciones de la razón europea y a interrogar sus tomas de partido. Intentando evitar la doble trampa del prejuicio etnocéntrico y la fascinación ejercida por el exotismo, su ambición es construir una relación intercultural tan apartada del fácil universalismo como del relativismo perezoso.