Este volumen reúne una selección de los artículos que Joseph Roth dedicó al Berlín de los años veinte. En ellos el novelista y periodista recrea con mano maestra la peculiar atmósfera que reinaba en la capital alemana durante la República de Weimar. Ningún ambiente de la ciudad le es ajeno, se interesa tanto por los grandes almacenes, los parques públicos y la naciente industria del espectáculo como por los medios de transporte, los barrios pobres en los que vivían los inmigrantes judíos, los baños turcos y los garitos frecuentados por delincuentes de medio pelo. "Yo dibujo el rostro del tiempo" afirmó en una ocasión refiriéndose a su cometido como reportero. Nada más cierto: de la lectura de estos textos, en su gran mayoría inéditos en castellano, escritos entre 1920 y 1933 y publicados en distintos periódicos, emerge el poderoso retrato de una metrópoli inquieta y deslumbrante en uno de los momentos más críticos de su historia.
AUTOR/A
ROTH, JOSEPH
Joseph Roth, novelista y periodista, nació en Galitzia (actualmente Ucrania) en 1894, en el seno de una familia judía.<BR><BR>Ha sido descrito como un hombre para el que la historia era como una pesadilla; su vida no estuvo lejos de serlo también.<BR><BR>No llegó a conocer a su padre que, en un arrebato de locura, abandonó el hogar al poco tiempo de casarse. Se crió en Viena donde presenció el derrumbamiento del imperio austro-húngaro cuyo restablecimiento más tarde anhelaría: "La experiencia más dura que he vivido fue la Primera Guerra Mundial y la destrucción de mi patria, la única que he tenido..."<BR><BR>En 1920 se instaló en Berlín donde se convertiría en el corresponsal de mayor prestigio de la prensa alemana -y en uno de los mejor remunerados de su generación-, y donde simultanearía el periodismo con la narrativa (Job, una de sus primeras obras, fue la novela favorita de Marlene Dietrich).<BR><BR>En 1933, con la llegada del Tercer Reich, que le relegaría a la categoría de Untermensch, escribió: "Permítanme expresarlo alto y claro. El espíritu europeo está capitulando. Está capitulando porque es débil... porque carece de imaginación... mientras, el humo de las hogueras en las que arden nuestros libros alcanza el cielo..." Su mujer, Friederike, ingresó en un manicomio. Los nazis le facilitaron una muerte sin dolor. Finalmente, Joseph se exilió en París donde el alcohol le ayudaría a reconciliar su nostalgia de aquella vida shtetl de sus primeros años, con su fe en un recién descubierto catolicismo y su apoyo al restablecimiento de la monarquía austriaca. El santo bebedor murió en 1939.