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La obra que hoy traducimos puede leerse en una doble clave -materialista y monista-: por todas las partes del globo en las que se desarrolla la existencia, ya sea animal o vegetal, no hay más que una única fuerza desplegándose y produciendo un excedente destinado a la destrucción. Pero, en el hombre, esa fuerza lejos de mostrarse tal como es -es decir, en su carácter informe- aparece reducida a la estrechez de una forma: la vida dentro de los límites de lo útil que lo ata a su aislamiento, su cerrarse sobre sí. Pero el ser humano produce mucha más energía que la que necesita para subsistir y ese excedente no puede más que derrocharlo inútilmente. Se trata de la dilapidación y del gasto improductivo: la exuberancia de la vida más allá de los límites del mundo profano del trabajo fundado en prohibiciones y tabúes. Se trata del registro del instante, de la eternidad, más allá de la ordenación espacio-temporal de los trabajos y los días. En fin, del mundo sagrado, de la existencia sin más reparos que su propia enunciación: la risa, las lágrimas, el amor, el arte y la muerte. Sin esta exposición radical que realiza georges bataille, en la parte maldita, del despliegue de las fuerzas del hombre sobre la superficie de la tierra se pierde de vista cuál es la función de la triple dimensión religiosa-erótico-artística que abre al hombre al más allá de la utilidad. Más allá que, en sentido estricto, es el más acá: la intimidad perdida o los instantes soberanos. Por eso, la parte maldita puede leerse como clave para estructurar un proyecto mayor: dar cuenta por un lado de los procesos de formación de la subjetividad humana (escindida entre la utilidad y el gasto), revisar la situación presente del hombre involucrado en las operaciones de gastos útiles o inútiles, serviles o soberanos; y postular una programática: recuperar la soberanía, no ya como prerrogativa de los estados, sino como la conquista de todos aquellos que alguna vez poseyeron la magia de lo sagrado.