?El Nueva York que yo vivía, por el contrario, experimentaba una rápida regresión. Aquello era una ruina en ciernes, y mis amigos y yo estábamos acampados en mitad de sus fragmentos y sus túmulos. No me angustiaba, más bien lo contrario. La decadencia me cautivaba y aún ansiaba más: magnolios creciendo entre las grietas del asfalto, estanques y arroyos formándose en manzanas elevadas y abriéndose camino despacio hacia la costa, animales salvajes regresando tras siglos de exilio.?
?Mientras tanto, su legado ha sido una ciudad de Nueva York a la que le ha sangrado gran parte de su identidad. Es una ciudad de franquicias y casuchas de millones de dólares, de servicios públicos mínimos e impuestos de favoritismo, de un Times Square corporativo y un Harlem blanqueado. Hay menos diálogo e intercambio entre clases que nunca y la poca vida, vigor y color que le queda a la ciudad tiene mucho que ver con la incapacidad de Giuliani para acabar por completo con las leyes de control del alquiler. En una o dos generaciones, la ciudad que él ha dejado podría intercambiarse con Phoenix o Atlanta, excepto por sus singularidades geográficas. Sin embargo, hay que decir que los trenes ya han dejado de circular con puntualidad.?
?En seguida se extendió ante mí todo un paisaje, como un mural de la oficina de correos pintado por la WPA: ciudadanos holandeses en Nueva Ámsterdam, con sombreros de copa alta y calzones que llegaban hasta las rodillas, echando salsa sobre el asado del domingo, mezclándose con los pioneros, con vestidos sencillos y de cuadros, en el camino polvoriento de un campo infinito de centeno ondulante, frotando el ensamblaje del volante de un carruaje Conestoga embadurnado con algún tipo de grasa. Todos se fundieron en una muchedumbre imprecisa, algunos con coletas y gorros, otros con bombín o sombreros de ala ancha, inclinados sobre largas pipas de bambú con bolitas de opio burbujeantes de las que se elevaban columnas de humo en espiral hasta formar una nube que, como si vagara en el tiempo, recogía las espirales de humo de los porros de las fiestas caseras de Harlem, de los asistentes al Human Be-In y de las densas humaredas de un montón de gangsters sentados en unos escalones. ¡Ahí tienes tu cabalgata de historia estadounidense unida por una palabra sencilla y monosílaba!?
?La ira se calma con muchísima más efectividad cuando la acompañan espirales de humo que parecen emerger de las orejas, el pelo y los ojos del fumador. El movimiento de acercar y alejar la mano de la boca, cuando se repite a modo de metrónomo y en las circunstancias adecuadas, puede aumentar la tensión de una sala hasta el límite de la explosión. El cigarrillo que se mantiene a menos de dos centímetros de la cara, incluso cuando se quita de la boca, puede actuar como una máscara, un velo, un abanico. Balancear un cigarrillo boca abajo entre unos dedos relajados dejando caer el brazo destila más languidez hastiada que cualquier pieza escrita para violín. El ya de por sí elocuente vocabulario gestual mediterráneo cobra fuerza cuando se le añaden las estelas de humo que salen de dos dedos fricativos.?
?Pero la banda necesita aire. Necesitan llenarse los pulmones para soplar y el ambiente de la sala es una sopa amarilla. Bolden se pone de pie, hace un gesto con la mano y la música para de golpe, justo en mitad de «All the Whores Like the Way I Ride». Entonces, pisa fuerte una vez, dos, tres, para llamar la atención del público. «Por el amor de dios, ¡abrid una ventana!», grita. «Y sacad de aquí ese culo funky». El público se ríe. La gente mira a su alrededor para ver a quién se refiere o para quitarse la culpa de encima, mientras alguien con un palo con un gancho en la punta por fin consigue abrir las enormes ventanas. Todo el mundo sabe que aquello provocará quejas por el ruido y que probablemente haya una redada de la policía, pero nadie se marcha. Finalmente, Bolden sopla su llamada habitual y la máquina se pone en funcionamiento otra vez. Más tarde, la gente que volvía a casa desordenadamente no paraba de repetir «¡Sacad de aquí ese culo funky!».?
?El blues era fugaz, efímero, si no furtivo. Los músicos de blues también eran ferozmente competitivos y se resistían a reconocer sus influencias. El éxito mismo del invento también debió incidir en que nadie supiera quién era responsable. Incluso si un guitarrista de los que tocan en el porche de su casa fue el responsable, en vez de un cantante itinerante, es fácil imaginar que en 24 horas más de una decena de personas habrían adoptado el estilo, 100 en una semana, 1.000 en el primer mes. Para entonces, solo diez personas se acordarían de a quién se le había ocurrido, y nueve de ellas no dirían una sola palabra. Y, entonces, los primeros investigadores con interés en los orígenes del blues tampoco se preocuparían especialmente por la autoría.?
?También me gustaba pensar que podía manifestar mi genio en una rápida serie de bofetadas y después dejar la sala rápidamente para no volver nunca más, abandonar a amigos calumniados y a llorones aduladores, quitarme de encima la poesía, la cultura y la civilización como si fueran ceniza de un cigarrillo. Pero no podía marcharme sin haber entrado primero.?
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Editorial:
Coleccion del libro:
Idioma:
Castellano
Número de páginas:
398
Dimensiones: 180 cm × 120 cm × 0 cm
Fecha de publicación:
2012
Materia:
ISBN:
978-84-939336-2-3
Traductor/a:
COUSO, ZULEMA
AUTOR/A
SANTE, LUCY
Lleva 50 años como extranjera residente en Estados Unidos. En la actualidad vive en un pequeño pueblo 150 kilómetros al norte de Nueva York. Entre sus escritores favoritos están Georges Darien, Jean-Paul Clébert, Joseph Mitchell, A. J. Liebling, Walter Benjamin, Joan Didion y Hans Magnus Enzensberger. Disfruta con las ciudades, los desiertos, las fotografías antiguas y la música de la diáspora africana. The New Yorker dijo sobre ella: ?Es una de los pocas maestras en vida de la lengua americana, y también una historiadora y filósofa singular de la experiencia estadounidense?.