Saltar la hoguera se inserta ya de forma plena en la senda del intimismo despojado y la contención expresiva que La víspera nos permitía intuir. Consciente más que nunca de que un poema no es lo mismo que la realidad, pero también de que, a cambio de esa certeza, la lectura nos devuelve todo aquello que merece la pena preservarse, Rodrigo Olay eleva, merced a su escritura, un triple conjuro: para mantener encendida la memoria de quienes siguen con nosotros aunque ya se fueron; para ahuyentar las brumas del invierno y los negros presagios; para prolongar la vida y el tiempo más allá del cauce exacto, limpio, de sus versos. Y es que, sin renunciar en ningún caso ni a su visión de la poesía como lámpara perpetua y punto de encuentro de tradiciones pasadas y presentes, ni tampoco a su deslumbrante dominio de diversas técnicas y formas, Rodrigo Olay nos ofrece aquí su voz, desnuda y diáfana, para susurrarnos que, leyéndole, ya no sabremos ni querremos estar solos. Carlos Iglesias Díez.