“Palabras que afloran de un nudo en la garganta”. Ese es el título del preludio con el que Suely Rolnik comienza este libro. Se refiere la autora brasileña a que, en lengua guaraní, garganta se dice ñe’e raity; literalmente, “nido de palabras-alma”. Porque, para el pueblo guaraní, que utiliza el mismo vocablo (ñe’e) para las nociones de alma y palabra, el cuerpo y la mente se enferman cuando el alma no encuentra las palabras adecuadas, o cuando usamos palabras sin alma. Y no es casual que comience la autora con esa bella metáfora guaraní, porque lo que viene a cuestionar esta serie de ensayos es, precisamente, la forma en que el lenguaje, que en los seres humanos es una de las encarnaciones de la potencia vital, se pliega a la expropiación de los recursos del incosciente que impone el régimen colonial-capitalístico.
La brasileña Suely Rolnik ofrece en estas páginas lo que anuncia el subtítulo: una serie de apuntes encaminados a la descolonización del inconsciente. Porque, para Rolnik, la opresión colonial y capitalística (término tomado de Félix Guattari, junto a quien la brasileña escribió Micropolítica. Cartografía del deseo, también editado por Tinta Limón) implica ante todo procesos de captura de la fuerza vital que reducen la subjetividad a la experiencia del sujeto. En otras palabras: la potencia creadora que es propia de la vida queda reducida a creatividad, de la que surgen “novedades” (y no nuevos mundos) que rápidamente se tornan en oportunidades de negocio y de inversión.
Lo propio del régimen del inconsciente colonial-capitalístico en su versión neoliberal es, afirma Rolnik, el abuso de la vida. La expropiación de la fuerza vital, no sólo en la forma de fuerza de trabajo en la fábrica tal y como lo analizó Marx, sino de la vida en su potencia transformadora y creadora: no sólo de la vida humana, ni de la vida de una región, sino del ecosistema del planeta como un todo. La distinción entre macropolítica y micropolítica, retomada de Deleuze y Guattari –y de las nociones foucaultianas de microfísica del poder y de biopoder- nos permite entender que ningún proceso revolucionario puede cambiar la realidad si no se producen a su vez transformaciones a nivel de las subjetividades. Ello pasa por corrernos de las posiciones que nos llevan a repetir la escena del poder colonial-capitalista que queremos combatir.
En este contexto, la revolución, lejos de reducirse a una toma del poder estatal, implica un proceso colectivo de descolonización del inconsciente que requiere una atención permanente a nuestras fuerzas reactivas, esas que, anidadas en lo más profundo de nuestras subjetividades, tuercen nuestro deseo para acomodarlo a los requerimientos del régimen de acumulación y nos lleva a reproducir el statu quo en nuestras relaciones y gestos cotidianos. La praxis revolucionaria pasa, entonces, por reapropiarnos del saber-del-cuerpo, ese que no es racional sino experiencial; por cuestionar no ya lo que pensamos, sino cómo pensamos, qué mecanismos producen el pensamiento; por desvelar qué palabras se alejan del alma, y cómo eso nos enferma el cuerpo y el alma. Pasa, en fin, por recuperar la fuerza vital, la pulsión creadora de la vida, su capacidad de transformación que es el mismo destino ético de la vida. En las atinadas y precisas palabras de Rolnik: “Cada vida que no se pone a la altura de lo que le sucede perjudica a la vida de toda su trama relacional”.