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El Atlas histórico de filosofía (del mundo griego al inicio de la ilustración) constituye una presentación anómala de la Filosofía: incluso las historias de la Filosofía, que hacen un recorrido cronológico por las diversas concepciones filosóficas, se atienen a su contenido teórico considerado de manera autónoma y toman los acontecimientos históricos como decorado o, en el mejor de los casos, como contexto, es decir, como elementos prescindibles y nada determinantes. La singularidad del Atlas histórico de Filosofía consiste, precisamente, en hacer jugar su papel a las circunstancias históricas desde las que se formulan las distintas posiciones filosóficas, permitiendo entender la obra de cada autor como posicionamiento teórico ante el mundo en el que vive.
La Filosofía trata sobre los mismos problemas reales y prácticos que son abordados en las discusiones culturales o científicas y en las disputas sociales y políticas. Por eso, bastaría leer la obra de cada filósofo a la vista de los asuntos que preocupan a sus coetáneos para que se desvaneciera el prejuicio que identifica a la filosofía con el despliegue místico y autónomo de conceptos casi incomprensibles y que considera a los filósofos como personajes singularmente prendidos de una supuesta contemplación pura. Situar, así, las obras de cada autor en el momento histórico en el que las escribe permite entender las preocupaciones desde las que fueron escritas y, por eso, la profunda intención práctica que las anima: permite entender su sentido.