Aun a riesgo de ser considerado como útopico, Lafargue defendió que no era el trabajo, sino el placer, el objetivo máximo que debía perseguir la clase obrera. No había, en su opinión, trabajo enajenado y trabajo liberado como pensó Marx; la auténtica posición enfrentaba al trabajo embrutecedor con el ocio placentero. A lo sumo, el trabajo se podría admitir como el ?condimento de los placeres de la pereza?, mil y mil veces más nobles que los tísicos ?Derechos del Hombre? defendidos por los revolucionarios burgueses. Y estos derechos se concretaban en no trabajar más de tres horas diarias, holgando y gozando el resto del día y de la noche.
?El fin de la revolución no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad y demás embustes con que se engaña a la humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse?.
EL DERECHO A LA PEREZA
AUTOR/A
LAFARGUE, PAUL
De origen familiar francés, nace en 1842 en Santiago de Cuba. Expulsado de todas las universidades de Francia por dar discursos ?revolucionarios? y haber ?insultado la bandera francesa, glorificado el terror y la bandera roja?, viaja a Londres para continuar sus estudios. Allí conoce a Marx y se casa con su hija Laura en 1868, luego de terminar la carrera de medicina. Lafargue inicia su vida militante como proudhoniano y admirador de Blanqui. Se convertirá al marxismo inmediatamente llegado a la capital inglesa, comenzando allí el largo combate, que ocupará el resto de su vida, por el socialismo científico. Su primer papel histórico, todavía modesto, lo realizará como activo miembro de la Iª Internacional. Allí tendrá dos frentes de batalla. El primero, en relación a la Comuna de París; el segundo, contra el bakuninismo.