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¡Rediós! Las más de las veces, una ya no sabe si decir esta boca es mía. Así las cosas, y a sabiendas del interés que despertará en ustedes esta colección de relatos, de su esmerada escritura, evidente inventiva e innegable sentido del humor, no puedo dejar de advertirles sobre su autor en cuestión. Al loro.
Tras el tipo retraído que lo firma, de cara pánfila y graciosillo a ratos, existe un gachó de barrio miedoso y de escasas habilidades sociales. Un personaje pegado a una guitarra que arrastra multitud de fobias y traumas de la infancia. No se dejen engatusar por sus curiosas desventuras, sus sorprendentes giros o los inverosímiles personajes que pueblan estas páginas. De parecer que no ha roto un plato al robaletras en que se ha convertido, hay un trecho demasiado amplio.
Sí, está cojonudo lo de mirar con lupa la vida del resto y buscar la sonrisa al contarlo. Tirar de las anécdotas de tu grupito, mofarse de los maderos y las cosas de maderos o impresionar con las homilías cuasi satánicas. Por ende, si le añades algo de sentimiento tirando de tu camiseta robada o descubres ser testigo de horrores glandulares y sacrificios innecesarios, está hecho. Se maneja bien el muy artista. No tienen más que asomarse al Patreon ese que se ha montado y del que nace este libro. Le gusta horrores jugar con las palabras, sean grandes o chicas, inspiradoras o malsonantes. Y también, repito, robarlas. Me ventiló el nombre, de hecho, para montar eso que considera su banda. A las cosas, por su nombre. Válgale al muy canalla.
Suya siempre.