Para envío
Mientras manipulaba los cristales del producto final, de alguna manera extraña, sorteando la ya famosa escrupulosidad que imprimía Hofmann a sus métodos de trabajo, una cantidad minúscula de LSD se debió impregnar en las yemas de sus dedos, induciéndole, según sus propias palabras, la siguiente experiencia:
«El viernes pasado, 16 de abril de 1943, tuve que interrumpir a media tarde mi trabajo en el laboratorio y marcharme a casa, pues me asaltó una extraña intranquilidad acompañada de una ligera sensación de mareo. En casa me acosté y caí en un estado de embriaguez no desagradable, que se caracterizó por una fantasía sumamente animada. En un estado de semipenumbra y con los ojos cerrados (la luz del día me resultaba desagradablemente chillona), me penetraban sin cesar unas imágenes fantásticas de una plasticidad extraordinaria y con un juego de colores intenso, caleidoscópico. Unas dos horas después, este estado desapareció».