El pecado original
Sexo, putas, culos y control social
Paula Sánchez
Sesión presencial y online. En Ateneo La Maliciosa - Traficantes de Sueños c/Peñuelas, 12
La amenaza de “ser tratada como una puta” obliga a las mujeres a mantenerse a distancia del arquetipo; pero la manera en la que una puta resiste su poder tiene valor para todas El estigma es “una marca o señal en el cuerpo”, dice la RAE. Un elemento visible y diferenciador, un signo que nos permite reconocer con claridad los elementos integrados y/o integrables en el sistema de orden de turno y al mismo tiempo discriminar los elementos desechables. Cuenta Gerda Lerner en su libro La creación del patriarcado, que el artículo 40 de las Leyes Meso Asirias estableció una clara jerarquía entre las mujeres respetables y “las otras”. Las primeras eran aquellas cuya sexualidad y cuerpos quedaban bajo el control de un hombre concreto (casadas, hijas solteras y concubinas) y las segundas, las prostitutas del templo, las rameras y las esclavas. Para diferenciarlas de modo inconfundible, las primeras habrían de ir veladas y las segundas, no. En el segundo milenio antes de Cristo ya se había establecido, por lo tanto, una jerarquía a sangre y fuego entre mujeres domésticas y mujeres públicas. Y desde entonces se ha ido forjando el estigma de las segundas.
¿Cómo nos socializamos en ese estigma?, ¿qué papel desempeña la violencia sexual como disciplina?, ¿qué trasgrede y qué es lo que castiga?, ¿por qué persiste a pesar de la mentada revolución sexual?
El estigma de puta y su negación constituyen el principal elemento subjetivo de dominación de la sexualidad patriarcal de las mujeres.